miércoles, 16 de julio de 2014

La playa

Antes de entrar en tema quería regalarles esta frase de Alice Munro ganadora del premio Nobel de Literatura 2013 "Maestra del relato corto":

"La memoria es la forma en que seguimos contándonos a nosotros mismos nuestras historias"

La playa...cada fin de semana queríamos ir a la playa, si eran muchos días seguro que íbamos a Falcón (El Pico o Villa Marina) si eran menos a las playas del Lago de Maracaibo (Punta e'Leiva, Los Coquitos, Los Jovitos, entre otras), en las últimas pescábamos bagres o peces globo, en el Pico para desayunar sardinitas que temprano se paseaban por la orilla, fritas y bien tostadas con pan francés y mostaza...lo máximo!

Nuestros viajes familiares a la playa eran simplemente una aventura distinta en cada ocasión, el día anterior era un no dormir de la emoción por levantarnos temprano y agarrar carretera. Mi tía Mary nos pasaba buscando en su Nova azul, de ahí a casa de mis abuelos, primero porque era el punto de encuentro de la mayoría de los viajantes y segundo porque mi abuelo tenía que organizar las maletas de los carros, era un ritual increíble, yo me quedaba a su lado viendo como sin haberse inventado el tetris o por lo menos no tener ni idea que existiera, tal cual bloques hacía que todo cupiese y encajase de manera perfecta en esas pequeñas maletas. Mesa de dominó, ollas, comida, ropa, lámpara de benceno, radio, hamacas y cualquier cosa que se les ocurra iba en esos carros, por supuesto que no podía faltar el termo con café negro guayoyo para hacer un alto en el camino y disfrutar de la bebida estimulante.

Siempre en planes salíamos a una hora y la realidad era otra, salir tarde era lo más probable, pero una vez en carretera ya era otra cosa. Paradas hacíamos las de siempre, en Dabajuro a mitad de camino para desayunar, tomarnos un refresco y comer sandwiches que había preparado mi mamá, los sandwiches con jamón, queso y salsa rosada calentados por el sol del camino eran los más sabrosos del mundo. La siguiente era La Concepción para echar gasolina y quizás ir al baño aunque algunos preferían parar en Coro, todo dependía de la urgencia. Al estar en la capital del estado pensarán que iríamos directo a la playa pues no, pasar por casa del compadre Fillo era otra segura, y si mi abuelo se entusiasmaba nos quedábamos a dormir y salir a primera hora de la mañana.

Al otro día ya desayunados partíamos a Punto Fijo pero antes nos teníamos que bajar en los Médanos y llenarnos de arena hasta los "tequeteques", parece mentira pero de niños cuando llegamos a los Médanos solo nos interesa dejarnos caer desde muy arriba y rodar, luego cuando crecemos podemos admirar la belleza del parque nacional y la suerte que tenemos de que esa maravilla esté en nuestro territorio. Después de ahí ahora sí, a casa del compadre Francisco Ortega y tía Tomasita, que al llegar siempre la conseguíamos en la cocina preparando sus famosas arepas peladas, unas arepas gigantes que no crecían más y que eran la delicia de mi madre, abuelos y tíos. Su casa es inmensa, de dos pisos y con una terraza en la que caben más o menos unas diez hamacas sin problema. Ahí llegaba toda la familia de los hijos de mi tío Francisco y sobretodo la gente de Valencia que iría a pasar las vacaciones allá, todos coincidíamos ahí ya que era parada obligatoria.

Esa no era época de celulares ni de WhatsApp, una llamada al teléfono fijo media hora antes para avisar que saldrías y esperar que fuese así y no te quedaras bebiendo y jugando dominó, mi tío Caldera estaba en el rancho esperando que llegáramos, yo no veía la hora de estar en la playa y salir corriendo a echarme un buen chapuzón, pero costaba Dios y su ayuda llegar al Pico. Cuando veía la efigie del águila en la entrada del pueblo y empezábamos a bajar la cuesta ya se podía divisar el mar, en ese momento todos nos espabilábamos y abríamos los ojos para no perdernos detalle de las casas, playa, tiendas o licorerías.

La playa para nosotros era lo máximo, dominó todo el día, fútbol en la calle de arena sin importar que pasasen carros, disfrutando del agua fría y tranquila del Pico, viendo como mi abuelo se zambullía y nadaba cual profesional y al salir tenía los ojos rojos de lo salado del mar. Mi abuela en cambio tranquila, metía la cabeza en el agua de rato en rato y contemplaba a su compañero de toda la vida nadando, se alegraba de estar viva y poder disfrutar esos momentos sencillos que son los que mejor se atesoran para luego ser contados a los nietos y bisnietos sentados al pie de su falda. Mi tía Alba se levantaba a las 6:00 a.m. y se iba a bañar, nos decía al volver que era la mejor hora para disfrutar de la playa porque el agua estaba en su punto, yo prefería dormir e ir más tarde sin importar lo fría que pudiera estar. Cuando llegaba la noche Enrique uno de los hijos de mi tío Caldera y tía Aura era el encargado de encender la planta para que pudiésemos tener luz durante unas horas, el pobre hombre estaba cerveza en mano y gasolina en otra por un buen rato para tratar de hacer arrancar la planta hasta que al final lo lograba. Cuando los bombillos se encendían todos aplaudíamos en señal de éxito y nos dirigíamos a colgar las hamacas, la mía aquí,  la mía allá cerca de mamá, a mi lejos de la puerta pero lo que no sabían era que debíamos estar alejados era de la hamaca de abuelo y tío Caldera si queríamos dormir, sus ronquidos se podían escuchar en Judibana. Antes de dormir los adultos se sentaban afuera, mi tío Caldera sacaba la guitarra y entonaban canciones sobretodo rancheras por la afinidad con México que siempre tuvo. Yo miraba al cielo y observaba las estrellas que se veían claritas y más cerca que en Maracaibo, era muy fácil y sencillo pasarlo bien al lado de ellos.

Al rancho llegaban y llegaban carros con personas de todos sitios, Valencia, Caracas, Maracay, era una fiesta, había mesas de dominó por doquier y la lista de personas esperando la banca era interminable, "NorisNava...NorisNava y tampoco....", "No me lo mate no, señor cazador...no me lo mate no, señor cazador", frases melodiosas que tío Caldera entonaba mientras jugaba, yo disfrutaba un mundo de las partidas y de la inventiva de todos los presentes, en la casa se respiraba alegría, unión, amistad, amor, no había nada que se pudiera comparar con esos días.

La despedida era triste y el viaje de regreso con muchas más paradas que en la ida, pasábamos por Punta Cardón a despedirnos de tía Aura y del resto de los muchachos. En Coro a comer empanadas, en el trayecto buscando cecina, chivo fresco o ambas. En Dabajuro a echar gasolina y a comprar dulce de leche de cabra, el de la cajita verde, dulce de leche con chocolate, cocada, etc. El viaje no podía estar completo sino teníamos que parar para echarle agua al radiador porque recalentaba alguno de los carros, fieles compañeros que a pesar de los años cumplían cabalmente el acometido.

Al divisar el puente y empezar el recorrido para llegar al extremo occidental nos entraba un alivio al saber que pronto estaríamos durmiendo en nuestras respectivas camas. Antes hacíamos escala en Nueva Vía y ahí nos recogía mi papá, nos despedíamos de abuelo con la bendición y unas inmensas GRACIAS por ser el artífice junto a mi mamá y tía Mary de aquel espectacular viaje. Todos hacían un gran esfuerzo para brindarnos unos días únicos que jamás olvidaremos.

Pasó el tiempo y los viajes a la playa con mi familia se redujeron sobretodo porque la exigencia de la universidad era cada día mayor y no me podía dar el lujo de reprobar alguna materia que me costaría retraso en la carrera. Los muchachos en LICOM preparaban un viaje a la playa, a Buchuaco, hicieron rifa y se dedicaron a recaudar fondos para contar con un viaje sin problemas y con todas las comodidades. Yo no participé porque no formaba parte activa del grupo que había ido anteriormente al Supí y del cual regresaron con un montón de historias buenísimas. Justo una semana antes de la salida Sebastiano me pregunta si quería ir a la playa con ellos, le contesto que sí pero que no había vendido rifa, me dijo que me buscara el dinero para el alquiler y la comida, que con eso sería suficiente, le dije que le avisaría porque no sería fácil conseguirlo en tan poco tiempo. Le comenté a mi mamá y ella lo dejó a mi juicio, me dijo que me cuidara y que la playa era peligrosa, que ahí mi abuelo casi se ahogaba, me ayudó con una parte y le pregunté a mi papá si me podía dar el resto del dinero, no lo hizo de buena manera pero le argumenté que casi nunca le pedía nada y accedió, yo tenía algo guardado de los trabajos a máquina que pasaba a los estudiantes del liceo Don Simón Rodríguez. Recuerdo que un lunes al mediodía antes de salir de viaje pasé por casa de mis abuelos, estaban comiendo sopa de lentejas, mis favoritas, mi abuela me ofreció y ni corto ni perezoso me senté a comer, les comento que me iría de viaje a la playa con mis amigos de la universidad y al mencionar Buchuaco tía Liris y tía Mary casi al unísono me dijeron lo que mi mamá ya había comentado..."Ahí papá casi se ahoga, debes tener mucho cuidado", asentí con la cabeza y seguí comiendo. Mi sorpresa fue cuando mi abuelo y tías me dieron cien bolívares cada uno, cosa que no esperaba, no porque fuera imposible sino porque al no ir con esa intención me sorprendió gratamente, ese dinero más tarde serviría para comprar un boleto de autobús a un desconocido y para proveer de transporte a un gran amigo...

1 comentario:

  1. nos esta pegando la nostalgia mi amigo....y mas si estas lejos....un abrazo

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